Ojalá, poder estar mirando a la lluvia, durante horas, sin preocupación
más que la de que me caiga una gota en el ojo. Luego tumbarme en el césped, con
el viento de invierno meciéndome, pero el sol dándome en la cara, abrasándome. Mirando
al cielo y esos cúmulos de nubes andantes, viajeras de lugares inimaginables. Las
hojas caerse, el susurro de los árboles, sentir como los insectos se mueven
bajo tus pies. Como vuelan. Ver durante horas la gota de rocío en la planta más
preciosa del jardín. Pasarme horas y horas entre una página amarillenta y tinta
negra. Leer, escribir, sentir, saborear, degustar, acariciar. Sentir de nuevo
como las palabras brotan de tus manos como agua de la fuente. Sentir como se
ordenan solas, creando algo bello y no algo incoherente y desastroso. Un día,
dos, tal vez tres, sin padres, ni amigos, ni horarios, ni hermanos, ni
preocupaciones y limitaciones. Poder hacer lo que quieras, poder cerrar los
ojos y vaciar la mente. Para llenarla de forma ordenada después de mucho
tiempo. Desear que ese día, dos, tal vez tres, la realidad se haya ido junto a
los demás. Y te haya dejado con lo bonito, con lo realmente bello, la naturaleza, los
placeres de la vida y la libertad. Si es necesario y solo si es estrictamente
necesario, liberar todos esos recuerdos guardados, para que la naturaleza se
entere de tu felicidad pasada. Para que pueda devolvértela, para que te busque
a ti. A tu ser perdido. Y volver a ser un ser extraño, pero completo.
Hace tiempo que no
escribo, y estos no son más que los desvaríos de alguien demente, incompleto y,
¿quién sabe? .Soñador sin descanso.