¿Qué importa? Esa chica puede sonreír, ¡y de qué modo! Ya no recordaba el calor en las mejillas cuando le daban un beso. Sonrojarse ante palabras hechas de pluma y vida. Ahora se queda sin aire cuando está a su lado. Habla de él cual niña pequeña de su muñeca nueva. Muestra de nuevo aquel gesto en el que sus ojos se iluminan y abren paso a otro mundo. Su mundo. Y no, no se lo muestra a cualquiera. Se lo muestra al causante de su nueva vida, no es perfecta, pero es su nueva y mejor vida. Y no, no tiene más de una. Sólo ha cambiado. Ha cambiado de mostrarse derrotada ante el mundo, de no creer en nada, de no sentir, no respirar, no volar... a abrir sus brazos al mundo, dejar que el viento que derrumbaba su morada le llevase a lugares mejores, a ver y sentir con la mente muy abierta.
Ahora, a pesar del miedo que siempre tendrá a que vuelva a caer, a que vuelvan a romperse sus huesos de cristal y todo lo malo vuelva a empezar, a pesar de todo aquello que la atormentó, y aún le acecha, quiere andar. Caminar deprisa o despacio, como le plazca, saltar, rodar, correr, gatear y recorrer la vida de todos los modos posibles para poder sentir como nunca. Mejor que ayer y peor que mañana. Porque detrás de cada tormenta puede haber algunos arcoiris llenos de pequeños infinitos placeres. Placeres de los que esa chica no está dispuesta a privarse. Placeres que sentirá deseando que no sea la última vez, deseando que todo acabe en buen lugar. Al fin y al cabo, en ese pequeño cuerpo de cristal ya han caído demasiadas piedras para que se pueda romper más.
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